ASUNTO: El cliente no siempre tiene la razón, ni de coña

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Es, probablemente, una de las frases más falsas y humillantes que se repite a través de los tiempos como si siguiera siendo cierta.

Una cosa es que debas tratar a tu cliente con educación (personalmente yo trato así a todo el mundo, sean o no clientes) y otra es que diga gilipolleces y le bailes el agua.

Porque muchos clientes dicen y también hacen gilipolleces muy gordas.

¿O no?

Incluso hay clientes que tratan a sus proveedores con muy poca educación.

Mira, empecé a trabajar en publicidad en el año 2001. Recién licenciada.

Qué mona.

No me atrevía casi ni a toser en las reuniones.

Y ni se me pasaba por la cabeza contradecir lo que dijera el cliente de turno, tuviera o no razón.

Pero eso “se cura” con la experiencia.

En mi caso, además de estar poco hecha al salir de la uni, como todo el mundo, el ser chica ha hecho que tenga que aguantar más gilipolleces.

No voy de víctima ni pretendo hacer apología de nada.

Lo que cuento es lo que yo he vivido.

Y cuando tienes (ya) 40 años vas a una reunión como directora de marketing y estrategia, presentas una propuesta en la que has estado trabajando muchas semanas y el dueño de la empresa te dice “muy bien, guapa, qué bien hablas”, te dan ganas de levantarte y salir de allí.

Esa es una de tantas.

Y como te digo, con la experiencia se cogen tablas.

Pillas a los clientes al vuelo.

Y marcas tu postura.

Pero hasta que ese momento llega, o hasta que adquieres esa seguridad, te toca escuchar y aguantar muchas tonterías.

Hace algo menos de un año, hice una página de ventas para un curso a un cliente (conocido para más INRI).

Le gustó mucho y me pidió presupuesto para el resto de cursos que tenía.

Luego en lugar de todos, solo de algunos.

Luego de email marketing…

Después ya no me respondía a los emails ni cogía el teléfono.

Lo siguiente fue que replicó los textos que le hice para ese curso y, cambiando el nombre del curso y las fechas, puso los mismos textos para el resto de los cursos de su web.

Le escribí un correo diciéndole lo que opinaba de lo que había hecho y, como era muy digno, me llamó superofendido sin dejarme hablar diciendo lo indignado que estaba.

Le escuché.

Y cuando acabó le dije: yo te he escuchado y ahora me vas a escuchar tú a mí.

Entonces le expliqué que, además de lo cutre de su comportamiento en la parte económica, la imagen que iba a dar a sus clientes poniendo los mismos textos en todos sus cursos iba a ser pésima. Y que para Google había hecho justo lo que no hay que hacer.

Su problema era que es de esas personas que saben de todo y además estaba haciendo una mentoría con uno de esos gurús (cuyo nombre no voy a decir) que, además de ser bastante mediocre, le estaba sacando la pasta pero bien.

¿Habría hecho eso la Beatriz de 2001?

Ni-de-co-ña.

Ni la Beatriz de 2010.

Pero llega un momento en el que conoces a pocas personas que sean tan profesionales en su trabajo como tú lo eres en el tuyo y, entonces, lo mínimo es no tragar con todas las bobadas que algunos clientes pueden llegar a decir o a hacer y decir tú también lo que piensas al respecto.

Con asertividad y por supuesto con educación.

Y a eso se aprende.

Si te interesa apúntate a mi canal de Telegram.

Mañana más :)

Beatriz

 
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